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Opini??n
Manual de la planta baja / Columna Sexo con Esther
No hay manual que explique la mezcla perfecta de ganas, torpeza y deseo. Solo hay ensayo y error.
El aquello no naci?? para ser obedecido como electrodom??stico: naci?? para ser explorado como territorio sin mapa. Foto: iStock
Si el aquello viniera con manual de instrucciones, la vida er??tica ser??a un proyecto de bricolaje: diagramas, piezas numeradas, advertencias solemnes. El catre se ver??a reducido a un taller de armado y la planta baja a un engranaje que solo funciona si se siguen los pasos exactos.
El instructivo comenzar??a con advertencias serias: ???Antes de iniciar, aseg??rese de contar con dos participantes conscientes y con ganas disponibles. No use este producto en caso de fatiga extrema, reuniones familiares en la sala o llamadas laborales en curso???. Luego vendr??an los pasos ilustrados: ???Retire el empaque con delicadeza???, ???Realice movimientos suaves para evitar da??os???, ???No exponga a bajas temperaturas sin consentimiento previo???. Y, por supuesto, la amenaza final: ???El mal uso puede ocasionar silencio inc??modo o discusiones posteriores???.
Pero la realidad no funciona as??. Nadie hojea un manual antes de desatar una faena. Nadie pide tiempo para leer el cap??tulo de ???ensamble b??sico??? cuando las manos ya avanzan por trochas prohibidas sin GPS. Uno siempre arranca en el paso tres, convencido de que la planta baja es de apertura r??pida. La contraparte reclama que el paso uno ???el de las ganas sinceras??? es obligatorio y que sin eso todo el mecanismo cruje. Entre uno y otro, la mec??nica fracasa y, al mismo tiempo, se reinventa.
El manual dir??a: ???Lubrique cuando sea necesario???. Pero en la pr??ctica, basta con una carcajada en medio del intento o con esa respiraci??n acelerada que sustituye cualquier aceite. El manual aconsejar??a: ???Mantenga ordenado el espacio de trabajo???. En cambio, la ropa termina hecha monta??a, el catre chirr??a como m??quina vieja y la planta baja se convierte en territorio de caos organizado. Lo que sobra ???zapatos, medias, reloj??? pasa a ser decoraci??n temporal del escenario.
Foto:iStock
Si existiera garant??a, las parejas pedir??an reposici??n cada vez que el aquello fallara por cansancio, estr??s o simple rutina. Pero el deseo no es producto de f??brica y su servicio t??cnico depende de una mirada c??mplice, de un roce imprevisto, de esa mano que interrumpe una discusi??n para recordar que el departamento inferior tambi??n sirve como mesa de negociaciones.
La verdad inc??moda es que el instructivo existe, s??, pero nadie lo entiende. Porque est?? escrito en un idioma caprichoso, lleno de s??mbolos que cambian cada d??a: un suspiro que ayer significaba ???contin??a???, hoy puede decir ???para un momento???; una puerta que ayer se abr??a sin esfuerzo, hoy necesita rituales de paciencia. El manual universal ser??a in??til: cada pareja escribe el suyo con tachones, dibujos caseros y posdatas improvisadas.
Lo bueno del asunto es que, pese a los errores de ensamblaje, el invento nunca se da??a. Al contrario, mejora. Las piezas se ajustan solas, la planta baja agradece las entradas torpes y la cama ???m??rtir de la repetici??n??? celebra cada crujido como si fuera aplauso. Nadie recuerda el paso a paso oficial, pero todos guardan memoria de la risa que estall?? cuando la pieza no encajaba, del beso que resolvi?? la falla t??cnica, de la reconciliaci??n que convirti?? el manual en papel reciclado.
Porque el aquello no naci?? para ser obedecido como electrodom??stico: naci?? para ser explorado como territorio sin mapa. Y quiz?? ah?? radique su encanto: que no hay manual que explique la mezcla perfecta de ganas, torpeza y deseo. Solo hay ensayo y error y la certeza de que el verdadero instructivo se escribe cada noche sobre el catre. Hasta luego.