El país se vio sacudido este sábado de la peor manera. El atentado del que fue víctima el senador y precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay es un hecho de una gravedad superlativa que debe llevar a una reflexión profunda para evitar que el país padezca un nuevo ciclo de violencia. Hay que actuar de inmediato para impedir que se repita esa oscura página del pasado en la que los reiterados ataques y asesinatos de aspirantes a la presidencia puso a prueba nuestro futuro.
Lo ocurrido en un parque del barrio Modelia, de Bogotá, cuando Miguel Uribe recibió dos disparos de pistola propinados por un niño de 14 años, lo que lo hace más escabroso, es un atentado contra toda la sociedad y contra un hombre que ya ha sufrido en carne propia la violencia, pues su madre, Diana Turbay, fue una periodista que entregó su vida en la demencia de Pablo Escobar. Y es, claro, un ataque directo contra las bases de la democracia.
Este hecho obliga al Gobierno a tomar de inmediato decisiones que garanticen la seguridad de quienes aspiran a la presidencia y de quienes participarán en la campaña que ya empezó, al igual que de los miembros de la oposición, de la cual Miguel Uribe es también un visible vocero como miembro del Centro Democrático. Es fundamental una revisión a fondo de la Unidad Nacional de Protección, su estructura, funcionamiento y protocolos, para que quienes aspiran a suceder al mandatario Gustavo Petro cuenten con las garantías necesarias. El año entrante tendrá lugar una transición en el Poder Ejecutivo. Esta debe ser, por supuesto, pacífica, revestida de legitimidad y sin sobresaltos. Hay que protegerla y actuar ya en todas las instancias.
Es el momento de cuestionarnos y replantear. Es indispensable un acto de contrición de todos aquellos que desde distintas posiciones han contribuido a la degradación del debate político con un lenguaje incendiario e irresponsable, lanzando epítetos, juicios y calificativos sin sustento pero con vehemencia y decibeles. La responsabilidad es general. Toda la ciudadanía, todos los que participan en el debate en redes deben preguntarse hasta qué punto se justifican disputas que dejan realidades distorsionadas, mensajes virulentos con potencial de ser semilla de acciones igualmente violentas. Aquí la mayor responsabilidad recae sobre los llamados a ejercer su papel de líderes de la nación.
Y es el turno para que las autoridades actúen y establezcan quién está detrás del vil ataque, qué estructuras lo facilitaron, cuál es su motivación y cómo se pretende evitar que esto se repita. No puede haber vacilaciones. La respuesta del Estado tiene que estar a la altura del reto. Así mismo, desde esta casa editorial hacemos votos por la pronta recuperación de Miguel Uribe y enviamos una sentida voz de aliento a sus familiares y amigos.
Los liderazgos incluyentes, unificadores y ejemplares fueron la salida a muy oscuros momentos del pasado, caminos que no pierden vigencia.
Ahora el reto es cuidar la democracia. ¿Cómo se protege? Con medidas de seguridad eficaces y visibles, por supuesto. Pero también –y quizá sobre todo– con un liderazgo claro que responda a los desafíos de un momento tan crucial. Un liderazgo que envíe mensajes inequívocos, concretos y contundentes. Un liderazgo que transmita tranquilidad, que propicie la confianza, resultado de saber que, aunque haya tormenta, el barco tiene timonel. Un liderazgo que debería partir del primer mandatario, que no use el agravio, que no agite los ánimos ni profundice resentimientos. Es enorme la responsabilidad. En este momento, más que nunca, hay que calmar las tensiones, hay que entrar en un periodo de sensatez institucional que permita realmente tomar las mejores decisiones para proteger las vidas y la estabilidad del país.
El atentado, hay que ser claros, ocurre en un país donde la confrontación verbal ha escalado sin pausa, en medio, reiteramos, de generalizaciones, provocaciones, ligerezas históricas de todo tipo y abuso de estereotipos que distorsionan a la vez que atizan. El lenguaje agresivo, la descalificación permanente del contradictor, el señalamiento a quienes piensan distinto, todo eso crea un clima que no le conviene a la democracia. Cuidar los mensajes es fundamental.
Este no puede ser el tono con el que se inicie una campaña electoral. No en un país con tantas heridas abiertas. Se espera del Presidente un llamado sin rodeos a la unidad, él es el indicado para convocarla. Y le corresponde hacerlo con grandeza, que incluye pararse por encima de las fracturas. Es la única forma de no darles espacio a los violentos.
Por último, quienquiera que haya orquestado el atentado, sin duda pretende desestabilizar el país. No se sabe a quién le conviene, pero sí está muy claro que la inmensa mayoría de la sociedad no quiere la anarquía. El país no puede permitirse revivir las pesadillas del pasado. La unión, los liderazgos incluyentes, eficaces, responsables y ejemplares fueron la salida a muy oscuros momentos del pasado, caminos que no pierden vigencia. La amenaza institucional es enorme, y Colombia no puede retroceder.