No hace mucho estuvimos sentados en mi carro y usted me dijo que aprendió muy temprano en la vida a no ser indiferente. Y lo decía por el asesinato de su mamá a manos de Pablo Escobar. Desde entonces, y hasta el día de hoy, su vida la ha dedicado a enseñarnos a todos los colombianos a no ser indiferentes. Inclusive en estos instantes, cuando libra su batalla más dura, nos está diciendo a todos los colombianos que no lo seamos.
Además, estoy seguro de que lo hace pensando no en que no seamos indiferentes ante su situación, sino ante el destino del país. En esa misma conversación, en la que usted vestía su siempre infaltable camisa blanca, me dijo que la violencia de Colombia era tal que afectaba a cada uno de los más de 50 millones de ciudadanos que tenemos. “A todos nos ha tocado, a todos. Y lo único que hace es generar pobreza. Es el peor mal de todos”, señaló.
Ayer, mientras miles de personas recorrimos la séptima para llegar a la Fundación Santa Fe de Bogotá a rezar por usted, los cánticos eran “No más violencia”, seguidos de unos atronadores “Miguel, amigo, el pueblo está contigo” y “Fuerza, Miguel”. Fue una caminata en la que usted nos tocó a todos, en la que no fuimos indiferentes. Tan no indiferentes fuimos que no permitimos que el odio y la rabia se tomaran la marcha.
A las afueras de la clínica, muchas personas que lo quieren recordaban bonitas anécdotas con usted. Lo buen amigo que es, su capacidad de oratoria para sostener un debate sin perder los estribos y jamás humillar al contrario, su preocupación cuando alguien tomaba de más, su desbordado amor por María Claudia y sus hijos. Por mi parte, yo contaba la vez que usted me invitó a comer a su casa, sin ser nosotros tan cercanos, para que le contara cómo estaba tras mi divorcio. Su discurso de indiferencia no es una postura política, sino la de un hombre genuino y gran ser humano.
¿y ahora qué?, ¿qué vamos a hacer?, ¿retrocedimos 30 años?
Pero no le voy a mentir, Miguel. Afuera del hospital también se respiraba mucho miedo. Muchos se preguntaban, ¿y ahora qué?, ¿qué vamos a hacer?, ¿retrocedimos 30 años? Yo solo escuchaba, porque estaba muy aturdido. Aún lo estoy, y lo único que he podido hacer es leer sus entrevistas, recordar nuestras conversaciones, en busca de esa calma y sabiduría que usted tiene para entender este país.
“Los principios no se negocian, Diego, nunca. Y no se equivoque, la violencia es el peor mal de todos, pero una Colombia sin violencia es posible, y el único camino para la paz es la seguridad”, me dijo. Y sí, Miguel, ese es el camino. Los colombianos tenemos que trabajar en torno al retorno de la seguridad, en torno a la protección de las instituciones. Los colombianos no podemos negociar los principios democráticos bajo los que nos hemos regido. El miedo no cabe donde hay principios y creencias firmes.
Deseo de todo corazón que regrese pronto para liderarnos en esa cruzada. Por ahora, una parte muy importante de Colombia reza por usted día y noche. Sus seres queridos no se han despegado de usted, y hasta sus más férreos opositores se han sumado a enviarle la mejor de las energías. Nuevamente, nos está enseñando a no ser indiferentes.
No son frases vacías. Colombia necesita de líderes como usted, de guardianes pretorianos de la democracia, de almas bondadosas. Colombia lo exige de vuelta, porque nuestro país aún necesita de alguien que nos recuerde constantemente no ser indiferentes, ser éticos y correctos, salvaguardar el Estado de derecho pese a que muchos no sepan de su importancia.
¡Ánimo, Miguel!, no solo su familia lo espera. Lo espera también la Patria, esa por la que su familia y usted tanto han dado. Su legado aún tiene mucho por delante, y seremos millones quienes lo respaldaremos para que cumpla ese sueño que tiene desde niño: lograr que haya paz en Colombia. Y usted tiene muy claro cómo lograrla.