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Opinión

¡Fuerza, Miguel; fuerza, Colombia!

Venga de donde venga, y contra quien se ejerza, el rechazo a la violencia debe ser unánime y categórico.

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CONSEJERO GENERAL DE MEDIOS Y DECANOActualizado:

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Las palabras violentas generan violencia, desembocan en actos violentos y provocan verdaderas tragedias.
Muchos de quienes hoy reclaman mesura verbal ante el fracaso en la obligación de garantizar la vida, la salud y la integridad de Miguel Uribe se han dedicado metódicamente a sembrar odios, resentimientos y violencia en el alma popular de los colombianos que luego devienen en agresiones físicas, atentados criminales y ataques contra la vida de sus detractores políticos.
Es como si el discurso de la paz total se agotara en procurar beneficios para todo tipo de criminales, mientras se siguen estimulando la violencia política y las agresiones contra los detractores políticos.
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¡Fuerza, Miguel!

En el momento de escribir esta columna Miguel permanece en estado crítico, luchando por su vida.
¡Fuerza, Miguel!
Este país lo necesita. Por su compromiso patriótico. Por su coraje. Por su arrojo. Por su talento. Por sus ganas de servir. Por su entusiasmo democrático.
A los suyos, mi abrazo del alma. Los acompaño con un afecto hondo que se ha transmitido por varias generaciones.
Creo en el poder de la oración, y con los míos seguimos orando por su vida, por su recuperación y por su familia.
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¡Fuerza, Colombia!

Al atentar contra Miguel Uribe, atentaron contra Colombia. Contra sus instituciones. Contra su democracia.
Los sentimientos de pesar, de tristeza, de amargura, de indignación que hoy invaden a Colombia son explicables.
El Estado parece derrotado ante los violentos, sometido por los violentos, arrodillado por los violentos. La Fuerza Pública luce maniatada y desbordada.
La seguridad como garantía de vida para todos parece naufragar en una palabrería vacía, en una retórica incendiaria inútil y paralizante que puede postrar al Estado.
No es hora de egoísmos electorales ni de mezquindades de tarjetón.
Juan lozano
La mezquindad de muchos en procura de votos para el 2026 ha distraído al país en discusiones falaces –como la de la consulta– y en cortinas de humo con la olla raspada para desviar la atención de los fracasos en salud, vivienda, educación entre otros frentes sociales. Esto no aguanta más largas.
Colombia no puede doblegarse ante los violentos, ni ante los mercaderes de la política ni ante los corruptos que convirtieron las promesas de cambio en botín suculento.
Todos aquellos que dicen estar comprometidos con procurar un relevo real en el poder deben encontrar caminos de unidad y convergencia.
No es hora de egoísmos electorales ni de mezquindades de tarjetón. 
A pesar de todo lo que ocurre, el candidato del petrismo –quienquiera que sea– ya tiene un cupo casi asegurado para segunda vuelta. Si no se articula la oposición, el petrismo seguirá cabalgando hacia un triunfo en el 2026.
¿O es que acaso no vieron ayer mismo las imágenes de la plaza de Bolívar a reventar con decenas de miles de jóvenes sonrientes en el llamado concierto de la esperanza, convocado por el Gobierno y pródigo en propaganda oficial?
No es hora de vacilaciones. El Presidente ha bajado el banderazo de la campaña y está organizando a los suyos, mientras en la otra orilla subsiste el carnaval de individualidades que desfiló en la exitosa convención de Asobancaria.
Si no se organizan pronto, no tendrán opción. Si no se articulan rápido, será difícil cuajar una candidatura con vocación de triunfo.
Están advertidos. Los riesgos políticos y los riesgos de seguridad están todos sobre la mesa. No basta con rechazos categóricos contra la violencia, venga de donde venga. Hay que pasar de las palabras a la acción política en democracia y con garantías para la vida de todos los candidatos.
Que Dios acompañe a Miguel Uribe, a los suyos y a Colombia. Que se haga justicia y que este país invencible pueda lograr, otra vez, que cese la horrible noche. ¡Fuerza, Miguel!
Lea todas las columnas de Juan Lozano en EL TIEMPO, aquí

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